El dióxido de azufre (SO2) es un gas incoloro, que puede ser detectado por su sabor en concentraciones entre 1000 y 3000 g/m3 (aproximadamente 0.38 y 1.15 ppm). En concentraciones superiores a los 10,000 g/m3 (casi 3 ppm) tiene un olor caustico irritante. Se disuelve con facilidad en agua para formar ácido sulfuroso (H2SO3); este último se oxida lentamente y forma ácido sulfúrico con el oxígeno del aire (en presencia de catalizadores como el magnesio y el hierro se oxidará más rápidamente). el cual, junto con el HNO3 y agua, forman lluvia ácida. Ésta daña los cultivos, los bosques, los materiales, los monumentos históricos (es bien conocido el deterioro que han sufrido las zonas arqueológicas mayas en el sur-sureste del país). También, acidifica los suelos y el agua de lagos y ríos. El ácido sulfúrico también se convierte en partículas sólidas (sulfatos) que reducen notablemente la visibilidad.
El SO2 reacciona catalíticamente o de forma fotoquímica en fase gaseosa con otros gases contaminantes para producir trióxido de azufre, ácido sulfúrico, sulfitos y sulfatos que son aun más irritantes para el sistema respiratorio que el mismo SO2.
El bióxido de azufre se genera tanto en fuentes naturales como son las erupciones volcánicas y la actividad geotérmica que libera grandes cantidades de dióxido de azufre, junto con pequeñas cantidades de trióxido de azufre, azufre elemental, sulfuro de hidrógeno y sulfatos en forma de partículas. Sin embargo, la mayor fuente natural es la oxidación del material orgánico que contiene azufre o la reducción del sulfuro de hidrógeno en condiciones anaerobias. En fuentes antropogénicas proviene de la quema de combustibles que contienen azufre tales como carbón o aceite; durante el proceso de refinamiento del petróleo para extraer gasolina, en la producción de ácido sulfúrico o cuando los metales son extraídos de las menas de algunos minerales como el aluminio, cobre, zinc, hierro y plomo.
El daño que causa el SO2 en las plantas es visible ya que se manifiesta por el amarillamiento de las hojas, con lo que se disminuye la capacidad de estas de captar el CO2 y convertirlo a O2.
Los óxidos de azufre son solubles en agua, por lo que pueden formar ácidos agresivos, así, estos pueden hidratarse con la humedad de la mucosa conjuntival y respiratoria, y constituir un riesgo para la salud. Los óxidos de azufre penetran en los pulmones y se convierten en agentes irritantes, los aerosoles sulfatados son de tres a cuatro veces más potentes que el bióxido de azufre y también penetran hasta los pulmones ocasionando vulnerabilidad en las defensas.
El dióxido de azufre es causante de enfermedades respiratorias como broncoconstricción, bronquitis y traqueítis, también puede causar broncoespasmos en personas sensibles como los asmáticos, agravamiento de enfermedades respiratorias y cardiovasculares existentes, incluso la muerte. Si bien los efectos señalados dependen en gran medida de la sensibilidad de cada individuo, los grupos de población vulnerables al dióxido de azufre son los niños y adultos mayores, principalmente personas que padecen asma y enfermedades pulmonares crónicas como bronquitis y enfisema.
La combinación de óxidos de azufre y partículas suspendidas actúan sinérgicamente produciendo un efecto combinado mucho más nocivo que el efecto individual. Experimentos realizados en animales expuestos a concentraciones de SO2 de 9 a 50 partes por millón (ppm), muestran cambios morfológicos y funcionales permanentes similares a los que se presentan con bronquitis crónica.
Actividad en el volcán Krakatoa en Indonesia. |
BIBLIOGRAFÍA:
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